suele decir: "Madre no hay más que una...,
afortunadamente..."
Y tiene razón, porque si ya hemos derramado
abundantes lágrimas por una,
no quiero ni imaginar si tuviésemos que llorar
a dos madres...
En los atardeceres de verano, bajo la parra,
enfrascado en un libro, no me daba cuenta
de que la tarde iba declinando...
Entonces, mi madre, me traía, en una bandeja
de porcelana blanca, decorada con espigas,
un racimo de uva moscatel, un pedazo de queso
y unas rodajas de pan...
Y me decía, con gesto goloso:
"Uvas y quesos...
¡saben a besos...!"
Del tono estoico de mi abuelo,
al certeramente epicúreo de mi madre,
había un abismo...
Y la tarde caía...
(Imagen: Mi madre, de niña. Del archivo familiar de
Guillermo Pérez Pérez
y Enrique Pérez Tudela).
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