El día 2 de noviembre de 1959, tuvimos fiesta escolar, con obligación de asistir a la Misa de Difuntos, que celebró el P. Santiago López Huidobro.
La iglesia del colegio, iluminada a medias, tenía un aire misterioso...
Entre las dos filas de bancos, se había colocado un catafalco, cubierto de pesado brocado negro, bordado en plata, y con pasamanería dorada.
El P. Santiago, con las vestiduras propias del día, dio comienzo a una Misa, cantada, en latín, por supuesto, y su voz, habitualmente afable, se convirtió en una voz grave, profunda, que infundía respeto y hasta temor.
Nadie habló durante aquella celebración.
Salimos en dos filas, con las manos atrás, y nos dirigimos a casa.
El día, gris y desapacible...
La tarde, muy oscura...
Y, por la noche, un sentimiento opresivo, que se diluyó con el sueño...
2 de noviembre de hace cincuenta y dos años...
Lo recuerdo perfectamente...
A veces, la memoria es un castigo del cielo...
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