Finales de otoño de 1967...
Por estas fechas sería,
cuando, una mañana, al salir de casa,
camino del Instituto,
percibí un agradable olor,
que todo lo llenaba
y todo lo invadía...
Eran los amontonamientos de hojas secas,
que los encargados de la limpieza ciudadana,
iban quemando
antes de que el viento
volviera a esparcirlas...
¡Cómo me gustaba
el olor de las hojas quemadas...!
Durante todo el mes diciembre,
la ciudad se impregnaba de él...
Y yo, a la salida de clase,
iba dando rodeos,
sólo por el puro placer
de empaparme de ese aroma otoñal...
"...Hojas del árbol caídas,
juguete del viento son..."
Leía y releía
esos versos de Espronceda,
y, aún ahora,
si los evoco,
acuden inmediatamente a mi memoria,
junto con el humo,
blancoazulado,
de las hojas secas...
(Imagen: mirarlook/cuevadelcoco).
No hay comentarios:
Publicar un comentario