Seguramente habrá quien todavía recuerde la famosísima "La Casita"...
La señorita Beritens, más conocida como Aurorita Beritens, tuvo la idea de montar un pequeño establecimiento, en un patio de la Calle Mayor.
Hecho de obra, la verdad es que resultaba algo muy simpático...
Y muy innovador, en aquellos años que ponían fin a la década de los cincuenta.
Aurorita Beritens, vendía de todo: Caramelos, chicles, chucherías que se nos antojaban muy apetecibles..., tebeos, petardos...
Y, ¡cómo no!, "paquetes" de pipas, como solíamos llamar a las bolsas de papel donde las envasaba...
Desde cincuenta céntimos la bolsa más pequeña, hasta las bolsas de dos pesetas... ¡Un lujo...!
Las pipas, que aún perduran, afortunadamente, formaban parte de las pocas distracciones que ofrecía una tarde de verano...
O los monótonos domingos, sin más alicientes que el cine del colegio de los PP. Escolapios...
Allí, se consumían cantidades increíbles...
Nada más apagarse las luces y aparecer en la pantalla el Noticiario Documental, o "No-Do", comenzaba a escucharse un "cris-cras", que no cesaba hasta terminar la película. Luego, el P. Jesús Angulo, con su cuadrilla de voluntarios provistos de escobas y recogedores, dejaban todo listo para las clases del lunes.
Era obligado arrojar las cáscaras al suelo...
El salón de cine, estaba formado por el espacio que ocupaban dos clases, la tercera y la cuarta. La tercera, que conformaba la esquina Calle Escuelas Pías- Calle Mayor, y la cuarta, cuyas ventanas daban a Escuelas Pías.
Al fondo de la clase, tras la mesa sobre tarima de madera, donde el buen P. Angulo nos impartía pacientemente sus enseñanzas, la cabina de proyección. Un lugar misterioso, en verdad...
Poco sé de Aurorita Beritens..., muy poco...
Vivía con su padre, D. Germán Beritens, en un piso alto de la casa de los Pueyo...
D. Germán, era un anciano enlutado, de barba blanca, que paseaba su pequeña figura por la Calle Mayor, apoyándose en un bastón, también negro... Por la acera donde daba el sol, los inviernos, y por la de sombra, los veranos... Algo muy lógico... De espalda algo encorvada, paso a paso, tranquilamente, hacía su recorrido hasta donde le alcanzaban las fuerzas, y regresaba igualmente, poquito a poco...
Inspiraba respeto...
Además, todos sabíamos que era el padre de la señorita Beritens, la dueña de "La Casita"...
¡Nada menos...!
Aurorita, alguna que otra vez, nos "fiaba", cuando intuía que nuestros bolsillos estaban más que vacíos, o nos faltaban un par de "perras gordas" para pagar lo que habíamos comprado en su minúscula tienda...
Luego, ya se encargaban nuestras madres o abuelas, en ir a subsanar la deuda, con el fin de que recuperáramos el crédito.
Que más vale un por si acaso...
Todo esto, o parte de ello, viene a cuento respecto a las dos entradas anteriores: El paseo de D. Alfonso XIII y el kiosco de la música, (...con "k", como debe de ser...).
Don Germán Beritens, junto a D. Juan Lacasa y hermano, editaron una colección de postales de Jaca antigua,
organizada por series. No hace ni siquiera un mes, pude conseguir esas dos imágenes para el recuerdo...
Dos tarjetas postales de un tiempo que nosotros, lo que vimos la luz alrededor del cincuenta, año más, año menos, no llegamos a conocer...
Más de una tarde, nos sentamos en la escalera de piedra del kiosco, comiendo pipas sin ninguna timidez, cuando éramos niños, y con las pipas en el bolsillo, para un momento más oportuno y discreto, (...porque no quedaba bien...), mientras esperábamos que pasara "esa chica" que nos tenía el alma en vilo...
Se afirma, de manera desafortunada, que quien siente nostalgia, es porque no tiene capacidad de avanzar.
Creo que esto constituye un error.
Se puede avanzar sintiendo esa nostalgia, que no deja de ser un refugio para las penas...
Sobre todo en estos tiempos inciertos...
La nostalgia, (de "nostos" y "algós"), viene a significar dolor por el recuerdo...
Pero es un dolor de sabor reconfortante, dulce o salado..., como lo fueron las chucherías de "La Casita"...
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De "La Casita" no recuerdo ni al dueño ni a la persona que la atendía, pero no se me olvidarán los pepinillos, las "chufas" y los "panchitos". Pasado el tiempo acabamos todos (al menos los que íbamos al instituto Domingo Miral)en el kiosko (sí, con 2 "K")de doña Manolita, primero instalado junto a las escaleras del paseo y luego frente a la calle Cervantes, donde estaba la academia de Mari Pi, donde sigue intacto (como el instituto), aunque me parece que vendía productos diferentes y menos entrañables (salvo las pipas). Del cine de los Escolapios recuerdo las filmografías completas de Víctor Mature y James Stewart, y muy particularmente una película de miedo, "El perro de Baskerville" (no recuerdo quién salía), que me quedó tan en el subconsciente que aún hoy sueño a veces con sus aullidos. Hace poco la pasaron por un canal de televisión y quise verla para autopsicoanalizarme,pero no pude, así que sigo oníricamente aterrado.
ResponderEliminarCon Victor Mature, la película "La túnica sagrada".
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