domingo, 11 de diciembre de 2011

...gorriones...

Con el tiempo, todos los rigores parecen suavizarse...
Pero los inviernos jaqueses, eran duros y largos...
Después de comer, mi abuelo solía sacudir el mantel en la terraza...
"-Así vendrán los gorriones a comer..."
Yo los contemplaba tras los cristales, con cuidado, porque son muy desconfiados...
Picoteaban ávidamente las migajas, y cualquier pequeño ruido o movimiento extraño, hacía que salieran volando...
Pero volvían...
En ocasiones, yo tomaba un puñado de trigo del cobertizo donde criábamos gallinas y conejos, e incluso patos y palomas, y lo desparramaba sobre el frío pavimento...
La parra, desnuda, esperaba...
En el libro de lectura, había un pequeño poema que me gustaba:
"Pasaban el invierno
en sus calientes nidos,
las soñolientas horas,
los mudos pajarillos...
Tan sólo el viento hablaba,
sin miedo del castigo..."
¿A qué castigo se refería el poema...?
Nunca lo he sabido...
El caso es, que mi abuelo, cierto día, atrapó un gorrión macho...
Y me enseñó a diferenciarlo de las hembras, que no tienen mancha negra en la papada.
"-Las hembras se mueren, en la jaula, sólo aguantan los machos...", me decía...
El gorrión, pasó el invierno en la cocina, en una antigua jaula.
Le cambiaba el agua, y le llenaba de trigo el cajoncillo de la comida...
Un día, brillante de sol, en las proximidades de la primavera, lo soltamos...
Y se fue volando, lejos, muy lejos, sin mirar atrás...

...las noches del cuco...

Mayo, 1964.
Las noches ya eran tibias...
Habían vuelto las golondrinas, al comienzo del mes...
El anochecer, en la terraza, bajo la parra, que ya comenzaba a tener ensanchar sus hojas, era un momento de calma, de sosiego...
Mi abuela Gertrudis, sentada en una silla, contemplaba las primeras estrellas...
Y, desde el jardín de los Irigoyen, se escuchaba el canto del cuco...
No era precisamente un canto, sino un grito suave...
Algo así como "¡cú...!", y luego, otro, y otro...
Mi abuela me enseñó un juego...
Había que decir:
"Cuculo de mayo,
cuculo de abril,
dime cuántos años
me das pa´ vivir...!"
Luego, se contaban las veces seguidas que el cuco había cantado...
Decía mi abuela, que cuando era moza, se sentaba con la zagalería del lugar e invocaban al "oráculo" del cuco...
Y si el pájaro, que nunca ha tenido muy buena fama, se detenía pronto, exclamaban, con un suspiro: "¡Ay, qué pocos...!"
Pero se podía volver a intentar...
También se jugaba a adivinar cuántas veces seguidas cantaría...
Y mi abuela y yo, rara vez acertábamos...
Entretanto, ya era noche cerrada...
Mi abuelo Enrique, nos llamaba desde la cocina: "¡Hala, que váis a coger frío...!"
En realidad, estaba esperando la cena...
Y su tiempo junto a la radio, hasta que le vencía el sueño y se iba a dormir...
Mi abuela, proseguía su labor de ganchillo, y yo, leía ese libro que tanto me estaba gustando...
Porque hablaba de lejanas tierras...
De lugares jamás hollados por el hombre, y a los que se dirigía algún explorador...
El cuco, con la doble puerta ya cerrada, y echadas las contraventanas, seguramente seguiría lanzando su monodia a los espacios nocturnos...
Seguramente...